La humanidad parece vivir inmersa en
una sempiterna lid contra copiosos problemas y destinando, para su
erradicación, ingentes esfuerzos que no siempre resultan fructíferos o eficaces
y para nada eficientes si nos atenemos a la generalidad. Mas tampoco la
población centra o consagra sus empeños de forma equidistante a todos los
problemas. / Uno de esos problemas, que parece perseverar de forma inherente a
la existencia de la sociedad y que no fenece, es la violencia de género. Un
fenómeno que se ha mantenido demasiado tiempo preterido e invisible por y para
la población, incluidas sus víctimas, y que es, sin duda, una de las
manifestaciones más paradigmáticas de la iniquidad y de la maldad que
puede residir en el ser humano -el hombre-, impropia hasta
del más fiero e ignorante animal.
A pesar de que es evidente un incremento de las
políticas en defensa de la mujer, todos los días se nos presentan claras
muestras de que los esfuerzos por extinguir estas prácticas diabólicas no son
en vano pero que tampoco acaban de tener el efecto deseado. Los vehiculares
medios de comunicación nos ofrecen, regularmente, nuevos ejemplos de víctimas
del machismo -resultados irreparables-; “cada seis días muere una mujer a causa
de la violencia de género en el mundo” (por no hablar de los conatos), aseveran
los expertos[1]. [Estas muertes reflejan cómo ‘el machismo
mata’, discurso que ha propugnado el feminismo y que ha supuesto, junto a otras
acciones, una mayor concienciación de la problemática de un asunto que
concierne a todos, que no es poco.]
Ahora bien,
habiendo introducido ya el tema de la violencia de género, centrémonos en la
relación que mantiene esta situación con la asignatura de referentes clásicos.
Si nos fijamos en el título de este post comprenderemos mejor dónde reside la
relación con esta asignatura. Se trata de la tragedia de Medea. Podemos decir
que todo comienza con la búsqueda del vellocino de oro, que se encontraba bajo
la tutela del padre de Medea, Eetes, por parte de Jasón y los argonautas. La
actitud malévola del rey Eetes difería mucho de la de su hija Medea, que no
hacía sino mostrarle su crítica desaprobación hacia sus actos para vituperarlo.
Eetes, cansado de esa oposición, decidió encarcelarla, pero ella consiguió
escapar precisamente el día en que los Argonautas arribaron a la orilla de
Colco. A partir de ahí, Medea unió su destino al de Jasón. Enamorada de él, le
ayudó para que consiguiera robar el vellocino y traicionó, con ello, a su padre
y a su patria. Una vez logrado el designio, Medea huyó con Jasón, que le
había prometido casarse con ella. Después, Jasón y Medea
vivieron felices en Corinto hasta que, un día, el rey Creonte quiso
casar a Jasón con su hija y éste aceptó. Medea, presa de la vesania, decidió
vengarse de su marido Jasón y no vio forma mejor que arrebatarle lo que más
quería, a sus hijos. No se trataba de enterrar a Jasón, sino de provocarle la
muerte en vida mediante el mayor de los castigos inimaginable para un padre, la
muerte de sus hijos. Ella creyó que el castigo de talión para Jasón debía ser
una tribulación que le carcomería las entrañas durante el resto de su fatal
existencia por lo que envenenó a sus propios hijos.
El caso es que
la violencia de género ha derivado en una práctica todavía más detestable con
su prolongación hacia unas víctimas que se encuentran en la total indefensión y
que hacen cada vez más gruesas las listas de víctimas del machismo. Y aunque
parece que determinadas acciones existen sólo en las creaciones ficticias del
hombre, como por ejemplo el caso de Medea en la mitología griega, te das
cuenta, desgraciadamente, de que no es así. Esta práctica es la VIOLENCIA
DE GÉNERO EXTENDIDA a los niños, a los hijos, las víctimas colaterales
cada vez más comunes de la violencia machista. Porque estos seres, a los cuales
hemos tildado de ‘MEDEOS’, encuentran en los hijos, en el maltrato o
el asesinato de SUS HIJOS la forma de dañar y de castigar a sus
parejas o exparejas. Los agresores invadidos por una fuerza incomprensible
deciden acabar con sus hijos para así castigar a sus parejas.
La verdad
es que no entiendo qué les ocurre a estas personas; mas queriendo pensar que
estas personas son enfermas, me doy cuenta de la complejidad que conlleva
clasificar a una persona como enferma, cuando ello implica liberalizar en
cierta medida al sujeto de sus responsabilidades para trasladarlas a un ‘limbo
incierto’. Siempre he creído, al menos desde que ‘tengo uso de razón’, que, tal
y como diría Sócrates o Platón, quien actúa mal no es por maldad, sino por
nesciencia e ignorancia. Pero llegados a estos extremos nos encontramos con
acaecimientos que escapan de la maldad y de la ignorancia rozando, más bien, lo paranormal y
te preguntas ¿qué podemos hacer con estos medeos? ¿qué
puede hacer la sociedad para acabar con esto -partiendo de que no sabe qué es
lo que lleva a estos seres a cometer tales prácticas-? La verdad es
que no sé qué debemos hacer. No creo que la educación pueda ‘sanar’ a estos
enfermos y mucho menos el castigo.
Cómo se le puede
enseñar a un padre que matar a sus hijos e incinerarlos está mal, que disparar
a sus hijos con una escopeta cual perdices está mal, que meter a su hijo en un
microondas está mal… La verdad, estoy seguro de que es imposible enseñar a
estos seres.
Para más información:
[1] Ana
García-Mina, Mª José Carrasco Galán. Violencia y género. Universidad Pontífica
Comillas de Madrid.
Este post resulta muy completo e interesante ya que aunque conozco la historia de la búsqueda del vellocino de oro y el desenlace de esta no me había parado a pensar en la gravedad del asunto. El asesinato de los hijos por parte de Medea es una atrocidad que por desgracia se daba muchas veces en la antigüedad, uno de los ejemplos lo encontramos en la historia de Hércules quien mató a los tres hijos que tuvo con su primera esposa Megara. Respecto a lo que se dice en el post sobre que puede que muchas personas cometan semejante crueldad por una enfermedad mental, también podemos encontrar una referencia clara a esto en Hércules ya que asesina a sus hijos movido por la locura que le provoca la diosa Hera.
ResponderEliminarFinalmente, me resulta muy difícil comprender como en pleno siglo XXI aún hay gente que asesina a sus hijos para hacer daño a su pareja. Pero también entiendo que aunque me de rabia e impotencia que ocurra, desgraciadamente no podemos hacer nada para que estos episodios desagradables terminen.